viernes, 7 de junio de 2013

Andrés Avelino Cáceres 

El brujo de los Andes



  Una anecdota vivida es la batalla de «Acuchimay», que se realizó en 1882.

Estaba acantonado un destacamento chileno en el cuartel de Santa Catalina de Huamanga, con todos los pertrechos de guerra: fusiles, municiones y algunos cañoncitos.
 Quise atrapar aquellos fusiles y municiones, para mis montoneros, que sólo tenían como armas de combate: rejones, cuchillos, garrotes, lazos de cocobolo, etc. Para el efecto oculte a mis montoneros tras el cerro de «Campanayocc>, y me dirigii a la quebrada de «Huatatas», donde cambie mis  vestimentas de militar y me disfraze de chuto. Con cargas de leña, me dirige a la ciudad de Huamanga.

Bien pronto me encontre con un chileno, quien me interroga: «Oye chuto, me dice, ¿vendes tus cargas de leña?" Sí taytay, respondi C ¿Cuánto cuesta? Le contestae : «a escayral tayra" bien, vamos. Encamínandome con el soldado chileno para que descargue en la cocina. En esos instantes,  eche ojo, donde estaban los armamentos y municiones.

Recibi sus cuatro reales, valor de las cargas de leña, me retire muy contento . Regrese a «Huatatas», devuelvi los dos borriquillos, nuevamente cambia sus disfraces de chuto, y me encamina donde mis  montoneros.

Plane el combate, y de noche  tras del cerro «Acuchimay», con mis montoneros, más cuarenticinco llamas, a cuyos animales les atan trapos bien encebados al cuello. Cada montonero con sus teas encendidas, y los pescuezos encebados de las llamas, también fueron encendidos.

A una señal, a las nueve de la noche, todos: montoneros y llamas, emprendieron la bajada del cerro, con una bulla fenomenal, acompañado del sonido de latas y cohetes, que al verse el cerro, parecía que descendía una poderosa fuerza de miles de soldados, al grito de: «Mueran los canallas chilenos».

La guarnición de Santa Catalina no tuvo otro remedio que irse a la fuga; sin pensar siquiera en defenderse, dejando los fusiles, municiones, cañoncitos y pertrechos de guerra.

Entramos  a la ciudad por «lIucha llucha», y tomamos el cuartel, y tranquilamente sin perder ningún hombre, se apoderan de los fusiles, municiones, etc., y se retiran a las punas de Altungana, donde comenzó a enseñar a sus montoneros el manejo de las armas; e instruía ya las tácticas de batalla, con toda la técnica bélica de entonces.

Los chilenos, casi muertos de espanto se detuvieron en las quebradas de la «Totora», y como nadie les perseguía, al día siguiente regresan sigilosamente a Huamanga; averiguan de las huestes de Cáceres, y llegan a saber que se habían retirado esa misma noche. Constituidos en su cuartel vieron con sorpresa que o habían limpiado de todo lo que tenían. Al verse engañados tan puerilmente, los chilenos estaban más coléricos que nunca. Aún más, por la treta de las llamas, con que habían sido suplantados, por el «Brujo de los Andes».

Al día siguiente mandaron publicar un bando donde ofrecían mil quinientos pesos por mi cabeza  cosa que no pudo cumplirse.
Por  la  destreza  de  mis  actuaciones  los  chilenos  me conocieron con  el   nombre  de  brujo   de  los  andes

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